jueves, 20 de septiembre de 2018

Relatos de un verano. 3. La historia de un vaso


Como un vaso medio lleno algunos días…
Como un vaso medio vacío algunas noches…
Un vaso que cayó y se rompió en mil pedazos…
Un vaso que fue recuperando sus pedazos, que reconstruyó su alma, aunque después de aquello… nunca volvió a ser él mismo…
Y tiempo después se volvió a caer… y más tarde otra vez… y otra vez… y cada vez, era más difícil recomponerse.
Recoger cada pedazo en su lugar correspondiente, dónde al final del camino siempre queda una herida; un lugar resquebrajado que, lentamente, se hacía un poco más grande; y dolía un poco más…
Pero el vaso ahí seguía, con su herida y su soledad…
Se llenaba… nunca conseguía estar completo…
Se llenaba… una parte siempre se derramaba…
Se llenaba… siempre faltó algo que de verdad la llenara…
Pero él seguía su curso y dejaba que lo llenaran, aun cuando la herida afloraba, el agua se derramaba, y el viento lo volvía a tirar…
Aun cuando la soledad era lo que le llenaba y se resquebrajaba un poco más…
Dejaba que la marea lo impulsara y lo llevara a alta mar, donde pensaba una y otra vez cuál era su hogar… en si algún día volvería a amar… si, esa herida que llevaba con él, lo haría parar… si algún día se rompería y no encontraría los pedazos que le faltaban… si algún día se perdería para siempre y se quedaría solo de verdad…
Quizá, si todo terminara alguna manera, sería más fácil, podría descansar… eso quería pensar.
Pero sólo se quedó en pensamientos olvidados con el viento, y volvió a su rutina, a sus días con sus heridas, con sus lluvias y sus días de sol, dónde la noche era oscura y siempre escondía su dolor enterrado bajo una sonrisa.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Relatos de un verano. 1. En el rellano de la escalera



Lágrimas silenciosas se derramaban lentamente y caían en el pozo sin fondo de mi corazón...
Una tras otra resbalaban por mi cara, como un río que fluye, no dejaban de brotar...
Quería gritar, pero siempre acababan siendo gritos ahogados en el alma… Gritos que nadie podía escuchar, sólo en mi cabeza resonaban.
Mi cuerpo me pedía echar a correr… me levante… eché a andar… empecé a correr… y me paré.
Paré en seco y me di la vuelta, volví a mi rincón y seguí llorando…
Me sentía estúpida, pero sabía que si salía corriendo después me arrepentiría de ello.
Me sentí idiota al hundirme entre mis lágrimas en el rellano de aquella escalera dónde solo estaba yo. En un punto muerto del que no sabía salir y miles de ideas pasaban por mi cabeza.
Todas me acababan diciendo que era idiota por sentirme así, por sufrir demasiado, por sentir demasiado; por equivocarme otra vez, por tener una esperanza que no llevaba a nada.
Y allí estaba… tirada en el suelo… seguía llorando y preguntándome cómo había llegado hasta allí, por qué estaba allí… Sin nada ni nadie… Nadie que me ayudara a levantarme y seguir adelante…
Al final sólo me quedaba esperar, coger fuerzas de dónde no las había y salir sin más, y seguir un día más.