lunes, 19 de noviembre de 2018

La esperanza resurge desde sus cenizas


Solo era un día normal, sólo un día cualquiera… Y, de pronto, apareciste tú, como una brisa fresca, como un sol radiante y lleno de calor… reviviste la poca esperanza que me quedaba, que era una llama casi extinta y que volvió a nacer de las cenizas.
Entonces, llenaste mi vaso medio vacío entrando de golpe cómo un huracán.
Una parte de mí quería frenar todos esos sentimientos que me abrumaban, que me sobrecogían, pero al final caí…
Caí, por esa sonrisa… esos labios… esos ojos… esos brazos… todo tu cuerpo… por cómo me hablabas, lo especial que me hacías sentir, esa comodidad y seguridad junto a ti… todo eso me hizo cambiar y no pude evitar dejarte pasar.
Ha ido todo demasiado rápido, como una auténtica locura; tú me has vuelto loca en pocos días… Pero es que esas palabras me llenaban, sentía que estaba en el lugar correcto con la persona correcta… y eso no se siente todos los días.
Cuando miro atrás no comprendo cómo ha podido cambiar todo en un abrir y cerrar de ojos…
Recuerdo que, antes, siempre te observaba desde lejos, y siempre tenía ganas de acercarme a ti… pero soy yo… y obviamente nunca lo hice… para mi eras imposible.
Todo cambió de repente, por una casualidad, una conversación… Y ahora te tengo en frente, y me sorprendo a mí misma al pensar en que tú eras aquel chico inalcanzable.
Sin embargo, ahora formas parte de mi vida y de mi corazón de una forma muy especial y con una belleza y admiración increíblemente grandes… que has conseguido que sienta tanto… tantísimo… en tan poco tiempo.
No sé lo que ocurrirá de hoy en adelante, solo puedo decir que me he enamorado locamente de ti, que has cambiado mi vida y mis esquemas…
Aunque no quería aceptarlo, aunque una parte de mi me retuviera, aunque quería pensar que lo mejor era esperar… al final mi corazón se dejó llevar irremediablemente con tus palabras y tu mirar… Y no me arrepiento.
Te quiero… y no me arrepiento de ello.
Gracias por aparecer en mi vida, por ser tan genial como eres, por tus “buenos días” y tus “buenas noches”, por compartir la misma pasión, por abrirme tu corazón, por hacer que me sienta querida, por dar una oportunidad a este caminito que ahora recogemos juntos agarrados de la mano.
Una mano que no soltaré cuando vayas a caer, sino que te levantaré con todas mis fuerzas… porque te miro a los ojos y soy feliz… te miro, y veo un futuro junto a ti.
Gracias, amor.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Relatos de un verano. 3. La historia de un vaso


Como un vaso medio lleno algunos días…
Como un vaso medio vacío algunas noches…
Un vaso que cayó y se rompió en mil pedazos…
Un vaso que fue recuperando sus pedazos, que reconstruyó su alma, aunque después de aquello… nunca volvió a ser él mismo…
Y tiempo después se volvió a caer… y más tarde otra vez… y otra vez… y cada vez, era más difícil recomponerse.
Recoger cada pedazo en su lugar correspondiente, dónde al final del camino siempre queda una herida; un lugar resquebrajado que, lentamente, se hacía un poco más grande; y dolía un poco más…
Pero el vaso ahí seguía, con su herida y su soledad…
Se llenaba… nunca conseguía estar completo…
Se llenaba… una parte siempre se derramaba…
Se llenaba… siempre faltó algo que de verdad la llenara…
Pero él seguía su curso y dejaba que lo llenaran, aun cuando la herida afloraba, el agua se derramaba, y el viento lo volvía a tirar…
Aun cuando la soledad era lo que le llenaba y se resquebrajaba un poco más…
Dejaba que la marea lo impulsara y lo llevara a alta mar, donde pensaba una y otra vez cuál era su hogar… en si algún día volvería a amar… si, esa herida que llevaba con él, lo haría parar… si algún día se rompería y no encontraría los pedazos que le faltaban… si algún día se perdería para siempre y se quedaría solo de verdad…
Quizá, si todo terminara alguna manera, sería más fácil, podría descansar… eso quería pensar.
Pero sólo se quedó en pensamientos olvidados con el viento, y volvió a su rutina, a sus días con sus heridas, con sus lluvias y sus días de sol, dónde la noche era oscura y siempre escondía su dolor enterrado bajo una sonrisa.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Relatos de un verano. 1. En el rellano de la escalera



Lágrimas silenciosas se derramaban lentamente y caían en el pozo sin fondo de mi corazón...
Una tras otra resbalaban por mi cara, como un río que fluye, no dejaban de brotar...
Quería gritar, pero siempre acababan siendo gritos ahogados en el alma… Gritos que nadie podía escuchar, sólo en mi cabeza resonaban.
Mi cuerpo me pedía echar a correr… me levante… eché a andar… empecé a correr… y me paré.
Paré en seco y me di la vuelta, volví a mi rincón y seguí llorando…
Me sentía estúpida, pero sabía que si salía corriendo después me arrepentiría de ello.
Me sentí idiota al hundirme entre mis lágrimas en el rellano de aquella escalera dónde solo estaba yo. En un punto muerto del que no sabía salir y miles de ideas pasaban por mi cabeza.
Todas me acababan diciendo que era idiota por sentirme así, por sufrir demasiado, por sentir demasiado; por equivocarme otra vez, por tener una esperanza que no llevaba a nada.
Y allí estaba… tirada en el suelo… seguía llorando y preguntándome cómo había llegado hasta allí, por qué estaba allí… Sin nada ni nadie… Nadie que me ayudara a levantarme y seguir adelante…
Al final sólo me quedaba esperar, coger fuerzas de dónde no las había y salir sin más, y seguir un día más.