jueves, 17 de marzo de 2011

Poesía 130



Retrocediendo en mis soles y lunas
descubrí a cierto personaje altanero
que con su preciado velero
cruzaba los mares sin un rumbo fijo.
En cada capital que visitaba
dejase el corazón entre las damas
con una carta y una rosa blanca.
Todas decían que era el más apuesto;
todas sonrojaban al recordar sus caprichos
que traspasaba sus grandes anhelos.
Y una vez pasase por mi pueblo
el dios hombre de deseo,
que un día si yo bien recuerdo
recorrió las calles más bellas
y los jardines más ensoñadores
de este, mi humilde hogar.
Cierto día paseaba entre flores
con el traje de los miércoles
cuando el apareció sin aviso previo
y quedó mirando hacia el cielo.
Descarada yo, le tiré un arbusto remolinado
y volvió la mirada hacia mi
a la vez que lentamente iba caminando.
-Perdone, señor- le quise absorber la atención,
-¿Por qué está tan triste si lo tiene todo?
pregunté con la mano en el corazón.
-Más quisiera tener yo todo pequeña niña,
pero mi caso es que no tengo ni hogar
y por ello ando buscando un tesoro-
Le agarre del puño con fuerza hasta traerle a casa
donde mamá con la cena aguardaba,
propuse que aquí se quedara
sin embargo, el con la cabeza agachada,
pronunció estas palabras:
"Soy un marinero en la soledad junto a mi mar,
navego buscando a quien me logré comprender,
y a su lado la llama del amor encender,
no necesito necesito pena ni remilgos de ningún ser,
solo quiero un amor verdadero tener."

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